La Torre, broche de oro de la Exposición Universal de 1889
Viernes 17 Mayo 2019
Modificado el 18/05/19
Es cierto que la Exposición Universal de 1889 no era la primera que se organizaba en Francia. La Exposición de Londres de 1851, la primera de este tipo, había dejado el listón muy alto en este ámbito, tanto en cuanto a los objetos y artefactos expuestos, como en cuanto al entorno que los contenía, con el famoso Crystal Palace, totalmente recubierto de cristal. París ya había respondido en 1855, con una primera Exposición Universal ubicada en un palacio de hierro fundido y cristal, erigido en los jardines de los Campos Elíseos. Más adelante, en 1867, el Segundo Imperio había ofrecido una exposición de una envergadura muy superior, aprovechando todo el espacio del Campo de Marte para desplegar un inmenso edificio en medio de un parque sembrado de pabellones y fábricas. En 1878, la joven República Francesa quiso demostrar que podía hacerlo tan bien como las monarquías que la habían precedido, mediante el despliegue de grandes edificios de estructuras metálicas.
El centenario de la Revolución Francesa
La idea de una nueva exposición mundial surgió a principios de la década de 1880 como una forma de reactivar la economía por medio de importantes obras impulsadas por el Estado, al tiempo que proponía a la Nación un proyecto unificador, que movilizase las energías y contribuyese a recrear un consenso político entre la población. Le devolvería a Francia su rango entre las grandes potencias, a la vez que conmemoraba el centenario de la Revolución, lo cual consagraría simbólicamente a la joven república instaurada hacía apenas diez años. En el contexto de una efervescencia intelectual y creativa, se buscaban nuevos retos. Los impactos cada vez mayores causados por las estructuras metálicas eran ya un tema clásico de las exposiciones. La carrera hacia las alturas seguía siendo un privilegio de la arquitectura religiosa. Pero los nuevos recursos ofrecidos por la técnica positivista del siglo XIX requerían una transgresión de lo que hasta entonces había sido privilegio de lo sagrado.
Bajo el signo del hierro y el acero
Totalmente enfocada al hierro y al acero, la exposición se distingue por dos muestras de valentía que emergen por encima de los edificios que ocupan el Campo de Marte: el Palacio de Bellas Artes y Artes Liberales, por Camille Formigé; y el Palacio de Industrias Diversas, de Joseph Bouvard, cuya cúpula hecha de luminosas estructuras metálicas pintadas de azul, cargadas de radiantes vidrieras, adornos y terracotas policromadas, domina el centro de la composición. Al final de la explanada, la Galería de las Máquinas alcanza unas dimensiones sin precedentes.
Al otro lado, a orillas del Sena, se erige la imponente Torre Eiffel, que también bate todos los récords. Se impone súbitamente como el broche de oro de la exposición y goza de un gran éxito popular, acogiendo más de dos millones de visitantes a lo largo de la duración de la Exposición, entre mayo y noviembre.
En 1889, la industria hace gala de sus habilidades, y los edificios metálicos que componen una escenografía compacta y coherente ejercen su papel de receptáculo para los productos expuestos, así como para manifiestos atrevidos, que difunden el mensaje de la fe de la época en el progreso técnico.
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